El pasado 24 de octubre del 2015 fue el día de la publicación de mi libro «El común catalán. La historia de los que no salen en la historia». Lo presenté el mismo día, en la inauguración del Curso Íberos del Instituto de Estudios Íberos de Terrassa, invitado por el jefe de estudios Frederic Santaeularia (1941-2016). Mi taller llevó el título «Continuidad cultural íbera en la Edad Media catalana» y consistió en una introducción en las prácticas comunales catalanas de la Edad Media y el Antiguo Régimen y una segunda parte en la cual me preguntaba cual fue el origen de estas costumbres. En esta segunda parte los íberos toman protagonismo.
Para el historiador Gaspar Feliu, el comunal catalán, así como las prácticas comunitarias, tienen su origen en las sociedades indígenas prerromanas, como por ejemplo los íberos, vascones y aquitanos, algo común con otras organizaciones tribales o que sigan un sistema de clanes. El individualismo romano (ius utendi et abutendi) se oponía al comunalismo de estas sociedades que estaban bajo servidumbres y obligaciones colectivas, con espacios comunales al servicio de todos los miembros de la comunidad y que no se podía apropiar nadie. La romanización no va más allá de la construcción de ciudades y de su administración impuesta. Una vez el mundo urbano romano entra en crisis y empieza a desaparecer, vuelven a aparecer costumbres y formas de organizarse anteriores. De hecho, las invasiones romanas, visigodas, musulmanas y carolingias apenas intervienen en las formas de organización económica y política en el mundo rural, siendo su objetivo principal la extracción de rentas y/o la recaudación de impuestos (FELIU, 2009).
Sin embargo, la historiografía suele afirmar que los íberos y su cultura desaparecieron por efecto de la romanización, y esto se asevera sobre todo porque mantuvieron su escritura hasta el siglo I d.C. y después la abandonaron. La escritura íbera según los historiadores es el rasgo diferencial que tienen en común los pueblos de la costa oriental de la península Ibérica, al menos desde el siglo V a.C., que es cuando se documentan las inscripciones más antiguas en esta lengua. En el territorio íbero no hubo una cultura uniforme, sino un conglomerado de grupos culturales relacionados entre ellos sobre todo en el ámbito lingüístico. Los argumentos tradicionales para afirmar que existen pueblos íberos se basan en que se encuentra el íbero en inscripciones y monedas de estos lugares, desde el Languedoc (en occitano, Lengadòc) hasta Andalucía.
Sorprende que una lengua con escritura como es el íbero desapareciera como lengua hablada después de poco más de dos siglos de dominación romana, cuando hoy en día subsisten muchas lenguas ágrafas de culturas que han sufrido la dominación de otros pueblos durante siglos, como son los casos del quechua o del mapuche. La misma lengua catalana sufrió la influencia creciente del castellano, especialmente a partir del siglo XVIII con la entrada del absolutismo borbónico y llegó un punto que la lengua de prestigio entre las élites catalanas era el castellano, mientras que la gente que mantenía en vida nuestra lengua en la primera mitad del siglo XIX eran las clases populares, la mayoría iletrada.
Otros rasgos diferenciales de la cultura íbera como la moneda también desaparecen con la romanización. En los últimos tiempos de acuñación aparecen monedas bilingües y, a mediados de siglo I a.C. la acuñación ya es exclusivamente en latín. Otros elementos como su carácter eminentemente guerrero es una producción de la propaganda franquista, que quiso reducirlos a un pueblo belicoso gobernado por caudillos. A pesar de que la documentación etnográfica histórica y arqueológica muestra que la guerra acontece más frecuentemente con la aparición de las entidades políticas centralizadas y que la guerra acostumbra a tener ventajas importantes para las élites (ethos aristocrático) (FERGUSON, 1990), no se puede caer en este reduccionismo interesado, ya que los pueblos íberos, aunque también tenían conflictos entre ellos, se vieron inmersos en las guerras púnicas entre romanos y cartagineses, obligados a participar en ellas para poder proteger sus formas de vida.
Durante el periodo preibérico, en la época de la penetración de los pueblos de los campos de urnas (antes del año 750 a.C.), es cuando se produce el desarrollo de las comunidades en el ámbito local. Todavía no hay jerarquizaciones de gran magnitud, la organización es familiar, el ritual de incineración es para toda la población y por el estudio de las tumbas no parecen existir formas de discriminación social, ni entidades políticas oligárquicas. La diferenciación social parece producirse con el comercio griego y fenicio, cuando los jefes de linaje del actual territorio catalán, con la necesidad de controlar el tráfico comercial, se van convirtiendo en jefes dominantes y entonces se originan importantes excedentes agrícolas y una expansión de la metalurgia del hierro para la fabricación de herramientas y armas, situados bajo su control. Es entonces cuando se aprecian fenómenos de enriquecimiento personal. Por ejemplo, a partir de este periodo el número de tumbas es reducido, reservado a los jefes dominantes, que tenían un carácter guerrero, dadas las armas y otros objetos de valor que se han encontrado. El resto de la población recibiría otro tratamiento funerario que no ha dejado rastro. En el periodo ibérico pleno se produce una intensificación agrícola y un aumento del número de silos que no son simples reservas alimentarias sino que se tienen que entender como acumulación de capital, utilizado para el sostenimiento de la administración.
Pero, a pesar de que la estratificación social se evidencia en las necrópolis a partir del periodo íbero antiguo (550-440 a.C.), que es cuando también aparecen los primeros grandes asentamientos fortificados, como el de Puig de Sant Andreu (Ullastret), no es comparable con la estratificación social de sus coetáneos del sur, en el mundo ibérico meridional. Por ejemplo, algo que sorprende es la sobriedad de los íberos del nordeste respecto de los íberos del sur. No hay una gran estatuaria como la existente en el sur, que indica la existencia de una clase aristocrática dominante, ni en el nordeste la decoración cerámica es tan recargada. Incluso los poblados parecen más igualitarios, sin una estratificación social tan pronunciada. Puede ser que la influencia más importante de los griegos tenga que ver, a los que se les atribuye la creación de la democracia, pueblos diferentes de los fenicios y los púnicos, más acostumbrados al lujo y la ostentación.
Si después de la romanización desaparecieron aquellos elementos que hemos tomado como las características diferenciales de los íberos, como pueden ser por ejemplo la construcción de nuevos oppida (poblados fortificados), las monedas o la escritura íbera, ¿puede ser que hubieran otras características propias de ellos que han subsistido y hemos pasado por alto? ¿No puede ser posible que más que la cultura íbera lo que desapareciera es la cultura mantenida por la élite íbera, sustituida por la cultura de la élite romana?
Para llegar a estas conclusiones, tenemos que tener presente que tanto la escritura como la moneda suelen ser elementos ligados al desarrollo de un poder administrativo. En el caso íbero: imposición de tributos, fuerza militar, leyes, burocracia, sanciones coercitivas, transformaciones del caudillaje... y del comercio entre extraños, de una economía de bienes de prestigio, que lleva a un incremento de la estratificación social y la desigualdad. El desarrollo del poder administrativo tiene siempre costes elevados, que se traducen en la necesidad de producción de excedentes, por eso encontramos durante el periodo pleno ibérico gran cantidad de silos. Buena parte de la élite íbera, seducida por la sociedad romana, pronto colaboró con el imperio y adquirió la ciudadanía romana y el latín como lengua propia.
Tenemos testimonios que después del siglo V d.C. había gente que se expresaba en una lengua diferente del latín. Por ejemplo, en el siglo II d.C. Cornelio Frontón explica a Marco Aurelio en una carta que su padre era elogiado por los íberos en su propia lengua; en el siglo III d.C. san Paciano, obispo de Barcelona, nos comenta como en aquel momento todavía había «herejes de religión y lengua» y en el siglo VI d.C. el obispo Eutropio de Valencia alude que había habitantes de la península Ibérica que no comprenden el latín. Hoy en día se pone en entredicho la teoría que el íbero, sus dialectos, u otras lenguas preromanas se dejaran de hablar pronto con la romanización, pese a la desaparición de la escritura íbera. De hecho, como teoriza Joan Carles Vidal en su obra «Los vínculos europeos del substrato íbero», la lengua de sustrato del protocatalán probablemente fue el íbero.
Para el antropólogo David Graeber el surgimiento de la moneda en una sociedad suele estar ligado al pago de tributos y al desarrollo del comercio entre extraños. Mientras que en las economías de subsistencia, pese a la creencia que predomina el sistema del trueque, en realidad existían complejos sistemas comerciales entre vecinos basados en el regalo y el crédito sin dinero ni intereses. El trueque y otras transacciones inmediatas eran más comunes cuando se intercambiaban productos con extraños, pero no entre vecinos. En la Edad Media muchas de estas operaciones de crédito no han dejado constancia documental, puesto que la mayoría se seguían confiando a la tradición oral, pero otras sí. Por ejemplo, en la Cataluña medieval tenemos el pequeño crédito al consumo: mercaderes y tenderos plasmaban en sus libros de cuentas las ventas que hacían de fiado o los préstamos hechos a sus vecinos. Algo parecido quizás sucedió entre los campesinos íberos y la moneda surgió por el comercio con otros pueblos, que estaba controlado por la élite íbera, pero sobre todo con la dominación romana las monedas íberas sostienen el stipendium de las tropas romanas, puesto que en los primeros tiempos de dominación el volumen de moneda romana en la península es pequeño.
Los íberos eran ante todo pueblos campesinos, como deja patente la arqueología. La inmensa mayoría de sus habitantes se dedicaban a las actividades agropecuarias, siguiendo una economía de subsistencia con la existencia de estructuras de uso comunal y que vivían en casas aisladas, también en asentamientos de poblamiento concentrado de carácter aldeano (Puig Castellet, Puig Castellar...) situados a escasos kilómetros (4-7) de un poblado amurallado. Las distancias representaban una hora de camino, tiempo suficiente para resguardarse en las murallas en caso de peligro. También había asentamientos en lugares elevados para aprovechar las mejores tierras agrícolas y facilitar el control visual. Los íberos dominaban la agricultura, hacían una ocupación permanente del suelo con el uso del barbecho y probablemente conocían el ciclo corto de rotación trienal (cereal, legumbre, barbecho) con la práctica del abono. Su vida estaba marcada por los ciclos agrarios. Con el dominio de la metalurgia del hierro, poseían un instrumental agrícola muy importante. También tenían una economía agropecuaria, siendo los ovicaprinos importantes para su economía, pero también lo eran los suidos (cerdos domésticos y jabalíes) y el ganado vacuno. La estabulación debía de hacerse fuera de los asentamientos, ya que la arqueología no ha encontrado nada, probablemente eran rebaños comunales. Dentro de su economía de subsistencia la recolección de frutos silvestres era esencial, la cacería parece que era menos importante. Los pueblos costeros pescaban y hacían la recolección de recursos marinos. En los yacimientos se han encontrado anzuelos de palangre y plomos de red y en el 2012 por primera vez se descubrió, en las costas de Port de la Selva (Girona), un barco construido por los íberos. También hacían actividades de transformación, tenían fraguas y forjas. La forja se hacía en los mismos poblados y no requería una gran especialización. La actividad textil del lino y de la lana está bien documentada. Los telares eran elementos comunales, puesto que son necesarias muchas personas hilando para poder suministrar hilo a un solo telar manual. Tenían instrumental para hacer harina, como piedras de moler y molinos rotatorios, así como morteros. Producían cal, cerámica en hornos comunales, colorantes, dominaban la carpintería... Su espiritualidad estaba marcada por los ciclos naturales, adorando a entidades espirituales que representaban las fuerzas de la naturaleza, similares a las diosas Deméter o Tanit, y haciendo sus rituales en santuarios naturales, cuevas y otros lugares naturales sagrados (bosques, montañas, fuentes, tótems...). Los rituales seguían el calendario de los ciclos agrarios y ganaderos. Rituales relacionados con los fenómenos meteorológicos o con la fecundidad. Los exvotos en Cataluña casi siempre son figuras zoomorfas de barro cocido (equinos, bóvidos, ovicaprinos, aves, parejas de bueyes (Castellet de Banyoles)...).
Si prestamos atención a las palabras del historiador Gaspar Feliu y otros, probablemente también existían bosques y pastos comunales, y por tanto su aprovechamiento estaría definido, regulado y gestionado por los órganos de gobierno local, donde sus miembros eran los mismos usuarios. De algunos textos romanos que nos han llegado se desprende la existencia de un senado en algunos poblados, si bien la descripción hecha por estos escritores romanos, bajo su concepción de lo que representaba un gobierno, en lugar de algo pareciendo a un senado romano probablemente era una referencia a verdaderas asambleas generales de todas las familias de una comunidad, puesto que, como dice la economista Elinor Ostrom o el historiador Josep Maria Bringué i Portella, las comunidades donde existieron los bienes comunales implementaron normas para racionalizar el aprovechamiento, con la intervención en asamblea de todos los usuarios del comunal. También sabemos por las fuentes escritas griegas y latinas que este territorio nunca estuvo unificado políticamente, sino que, bien al contrario, se caracteriza por la diversidad de pueblos autónomos.
Después de la crisis del Imperio romano probablemente lo que subsistió fue la cultura plebeya íbera, la cultura campesina íbera, la que sostenían las mismas clases populares íberas de padres a hijos por la tradición oral. Cuando la élite íbera desaparece, asimilada por la dominación romana, lo que queda es la cultura plebeya.
El Imperio romano sufre importantes transformaciones en los siglos III y IV d.C. pero en la Tarraconense ya se evidencia esta lenta y larga crisis a partir del siglo II d.C. La ciudad romana Emporiae (Empúries) ya estaba muy deteriorada en el siglo II d.C., se habían abandonado algunas mansiones y el ala este del criptopórtico del foro se había hundido. Es el comienzo de la liberación de la masa campesina autóctona que da paso a la ruralización del territorio.
Cómo afirma Frederic Santaularia, en el siglo IV d.C. se empieza a producir la fuga de esclavos íberos que buscaban refugio en lugares donde no pudieran ser encontrados. En este siglo la relación comercial entre las villas y las ciudades empieza a disminuir. Mientras en las ciudades todavía se encuentran ánforas africanas y asiáticas, en las villas romanas casi no se localizan. La arqueología detecta espacios dedicados a la economía agraria, a la producción de cereales, vino o aceite, como la villa de Centcelles (Constantí) y en la villa dels Munts (Altafulla). En el siglo V d.C. el aislamiento aumenta y se empieza a desarrollar un régimen autárquico donde la unidad de explotación ya no es la villa, sino la familia formada por campesinos de origen libre y antiguos esclavos (servi casati). Si bien, la villa romana se caracterizaba por la centralidad en la toma de decisiones sobre la organización del trabajo y de la producción, cuando este sistema de concentración de la producción entra en decadencia los campesinos empiezan a organizarse y a tomar decisiones sobre los métodos de producción al margen del poder oligárquico (SALRACH, 2004).
Salviano de Marsella explica la decadencia de las ciudades en su obra «De gubernatione Dei». Muchas personas libres abandonan el mundo urbano por la explotación a la que estaban sujetas a través de las duras cargas fiscales y otros excesos de la oligarquía como la corrupción administrativa, el proceso de concentración de la propiedad y el aumento del autoritarismo imperial. El incremento de la inmoralidad y la crueldad del poder provocan que el derecho de ciudadanía romana pierda prestigio entre muchos ciudadanos con raíces íberas, que estaban dispuestos a emigrar a comunidades rurales.
Durante los siglos VI, VII y principios del VIII d.C., con las villas, como centros de explotación agraria de un terrateniente, ya prácticamente desaparecidas, se encuentran documentadas comunidades campesinas de carácter autárquico como el poblado (vici) de Bolavar (Seròs), de Puig Rom (Roses) o de Vilaclara (Castellfollit del Boix), sin centro señorial y donde el grado de dependencia con el poder oligárquico nos es desconocido. Podemos hablar, pues, de un poder popular que coexiste con otros poderes ya empobrecidos que no tienen bastante fuerza para reproducir el sistema de explotación directa de los esclavos (SALRACH, 2004). En este tiempo, cuando la capacidad de los poderosos de extraer excedente de las clases populares entra en declive y se produce la disolución de la estructura estatal bajoimperial, los historiadores describen una sociedad de pequeños poblados rurales y casas de campesino aisladas, donde la gestión de la producción agrícola y ganadera parece estar en manos de los campesinos (WICKHAM, 2009).
En los siglos VI y VII d.C. destacan en aquellas comunidades rurales la poca presencia de cerámicas de importación, así como su ausencia en el siglo VIII d.C. (FOLCH, 2012), un aspecto que denota la escasa desigualdad social, pues estos productos solían ser considerados objetos de prestigio social. Además, la similitud de las tumbas de algunos cementerios deja patente una organización más igualitaria. En las tumbas de ningún asentamiento rural se han encontrado personas relevantes que pudieran corresponderse con una élite, ni en el tratamiento de las tumbas ni en los pocos ajuares encontrados. Por ejemplo, encontramos esta igualdad en la necrópolis paleocristiana de las Goges de Sant Julià de Ramis entre los siglos VI y IX d.C. (MALLORQUÍ, 2007). La excavación que se hizo en el yacimiento de la Solana (siglos V-VII d.C.) en Cubelles, expuso un poblado con una arquitectura austera, hecho de cabañas, pero con un importante número de silos para almacenar cereales, instalaciones agrarias y para la siderurgia, que los hacían prácticamente autosuficientes.
El arqueólogo Jordi Gibert pone de manifiesto la existencia de un fenómeno que cree importante en cronologías tardoantiguas y altomedievales como es la reocupación de asentamientos íberos que quizás se trata de un fenómeno más recurrente del que nos pensamos. Un aspecto curioso, son los asentamientos en altura, que en muchos casos se correspondían con la recuperación de fortificaciones íberas (oppida deserta) y que, además, no se trataban de ocupaciones militares, ya que en lugar de encontrar armas se han encontrado herramientas para la transformación agrícola, como los molinos manuales. De estos asentamientos, detectados por la arqueología, tenemos los ejemplos de Can Mauri (siglos VII-VIII d.C.) en Berga, de Sant Esteve de Olius (siglos VII-VIII d.C.) y otros (GIBERT, 2011). Otros oppida deserta reocupados, que se conocen por fuentes antiguas, son el castrum de Cardona (Bages) y el de Casserres (Berguedà).
Otro aspecto que hay que destacar, es que durante mucho tiempo, pese a la influencia del catolicismo, las comunidades rurales siguieron con sus prácticas religiosas, denominadas paganas por la jerarquía eclesiástica. Se trataba de un tipo de cristianismo pagano, con connotaciones prerromanas. Sus rituales estaban vinculados a los ciclos naturales –como las religiones de los pueblos prerromanos– y sus creencias eran ajenas a las existentes en las ciudades. Por eso aquellas gentes que vivían en paus (pagus) –territorios pequeños eminentemente rurales– se habían denominado paganos durante la Roma cristianizada, por no seguir las creencias religiosas urbanas. En la Edad Media un pagus indicaba una comarca, como subdivisión de un condado, compartiendo etimología con la palabra campesino (pagès en catalán). Pagano es sinónimo de gentil, por la resistencia de los campesinos a convertirse o por ser extraños para la comunidad cristiana establecida en la ciudad. La pervivencia del paganismo, como perpetuación de unas tradiciones prohibidas por la Iglesia católica, llegó a la precatalunya hasta una fecha muy próxima al año 1000. Por ejemplo, la iglesia románica de Santa Maria de Finestres fue construida en la Garrotxa en el siglo X d.C. sobre un santuario pagano (BOLÒS, 2000).